"Tengo un cansancio del alma"
Veinte años como parlamentaria, luchando. Veinte años haciéndose respetar y valorar como una igual entre sus pares. Una familia que ha sufrido su ausencia. Afectos que han quedado en el camino. A pesar de las enormes satisfacciones que le da su trabajo, la senadora Evelyn Matthei hace esfuerzos sobrehumanos para no dejar de gozar su vida en medio de una frenética y agotadora campaña política: "No es un tema de hastío. No es que sienta que no vale la pena. No es que ya no me importe. No. Es un tema de que ya no doy más".
Por Ximena Urrejola B. Fotografías: Carla Dannemann. Producción: Germán Romero
EL AGOTAMIENTO
Ayer domingo corté las peonías fucsias que adornan ahora mi living. Ayer también estuve tocando piano, estuve con mis hijos y mi marido, y dormí mucho. El domingo me lo paso durmiendo porque estoy tan agotada, pero tan agotada, que es la única forma que tengo de llegar de nuevo al lunes. Siento el cansancio debajo de los ojos. Me levanto de la cama, todas las mañanas, con una sensación de pesadez hasta en la última fibra del cuerpo.
Me encantaría poder irme dos fines de semana al mes a mi casa en la playa. Me encantaría poder estar más cerca de mis hijos y de mi marido, de mi familia y mis amigos. Todavía no puedo ir a ver la película de Coco Chanel, y me fascinaría.
Me encantaría coser. Sentarme tranquila a escuchar música. Conversar con mis amigas. Me encantaría poder tocar más piano. Me encantaría poder hacer yoga. Leer en forma seria sobre temas que me interesan. Pero todas estas cosas, sencillamente, no caben en mi vida.
Estuve de cumpleaños el miércoles 11 de noviembre. En el Parlamento estábamos discutiendo la Ley de Presupuesto.
Llegué a mi casa a las 2:30 AM desde Valparaíso. Me habían comprado una torta que quedó en el refrigerador. Mis hijos y mi marido la probaron. A las seis y media de la mañana siguiente partí a Chillán. No vi a nadie. Ni a mis hijos. Ni a Jorge. Ni a mis hermanos.
Llevo veinte años de trabajo parlamentario. Fui diputada por Las Condes, más adelante por la zona de San Antonio, en la V Región. Tengo encima doce años como senadora por la IV Región de La Serena y Coquimbo, y todavía me quedan cuatro...
La gente cree que los parlamentarios somos una tropa de flojos. Yo me saco la mugre, la mugre trabajando. A veces lo hago 16 horas al día. Es muy raro que tenga un sábado libre. Y siento que hay tantas, tantas cosas en mi vida que me fascinan, y que no tengo tiempo... (Este trabajo) da una cantidad de satisfacciones y alegrías importantes. Hay una sensación fuerte de misión. Pero a veces añoro, añoro, añoro poder tener tiempo para mi vida privada, para lo que a mí me encanta... Todo me interesa, todo me fascina; todo me lo tomo en serio.
LA CULPA
Tengo dos hijos grandes, Jorge y Roberto, y la Antonia, que sale este año de cuarto medio. Ella nació mientras yo era diputada. Con la senaduría en el norte, se crió prácticamente sola. Hace un par de años, un día me llamó por teléfono y me preguntó por un collar que le gustaba
-Está en el clóset, sácalo no más. ¿Para qué lo necesitas?
-Es que tengo una fiesta.
-¿Qué fiesta tienes?
-Una fiesta de 15 años-, me respondió
Recuerdo ese momento con horror. Era la primera fiesta de 15 años de mi hija, y yo nunca supe. Con su papá fue a comprar el vestido. María Isabel, la nana, la acompañó a comprar los zapatos. Yo no estaba. No supe cómo se fue ni cómo llegó. Si había ido contenta, si había vuelto contenta. No supe nada.
Antonia tuvo una adolescencia difícil, y no la ayudó tener una madre ausente. Durante una etapa hubo un rechazo salvaje hacia mí y mi marido. Para tratar de ayudarla, leí varios libros sobre adolescencia. Ahí entendí que es una etapa lógica, necesaria. Mi hija estaba rechazando lo que la rodeaba para crear su propio mundo de valores y creencias, y no me lo podía tomar como algo personal.
Hoy, la Antonia y su pololo se mueren de la risa de mi actividad. Cada cosa que creen que ha sido un error mío me lo refriegan y me columpian como no te puedes imaginar. Todos opinan sobre lo que hago, lo que no hago, sobre lo que digo o no digo. Con mucho respeto y con mucho orgullo. Pero la Antonia eso lo esconde debajo de una crítica implacable.
Con mis dos hijos mayores la crianza fue más tranquila. Con el mayor, Jorge, economista, tenemos una adoración mutua. Con el segundo, Roberto, ahora estamos trabajando juntos en la IV Región. Lo invité a que fuera conmigo a La Serena y está de jefe de campaña del candidato a diputado de la Coalición por el Cambio. Viviendo juntos, cocinando juntos, mi hijo ha entendido mi trabajo, las demandas a las que estoy sometida todos los días.
Pero no siento culpas. Antonia sacó promedio 6,7. Se está preparando con mucha seriedad para la PSU. Al final, lo que uno quiere para sus hijos es que puedan tomar su vida en sus propias manos. La vida les puede tocar más fácil, más difícil, pero cuando hay una cierta resiliencia interna, cuando sientes que tienen seguridad en sí mismos, que tienen la capacidad de gozar, de alguna manera sabes que se las van a arreglar. Lo que sí siento es que tengo una responsabilidad muy fuerte hacia ella, hacia mis tres niños, hacia Jorge, pero al mismo tiempo, ellos tienen sus propias responsabilidades sobre sus vidas, y eso lo han entendido desde muy chicos.
Jamás me senté a hacer tareas con mis niños. Eso era problema de ellos. A menos que pidieran explícita y puntual ayuda, como ocurrió un par de veces. No recuerdo haber ido a una reunión de apoderados, quizá desde hace ocho años. Hay una persona que me manda la información por email, lo que agradezco. Lo que sí recuerdo es que siempre -desde muy chicos- les leí cuentos. Y me siento orgullosa de que los tres sean hoy grandes y curiosos lectores.
Yo les inculqué el amor por los libros. Pero mi tarea ha sido más bien el que ellos tengan claro que los adoro. El ir abriéndoles mundos y gustos por cosas que después les pueden servir en sus vidas. Pero para nada tomar yo la responsabilidad de sus vidas. Jamás. La verdad es que no tengo culpas.
Mi marido, Jorge Desormeaux (economista y consejero del Banco Central), también tuvo que aprender a convivir con mi estilo. Recuerdo que los primeros años juntos, cuando él era asesor de empresas y tenía que viajar, yo le hacía la maleta, lo llevaba al aeropuerto. Le decía: No se preocupe, yo me hago cargo. Pero cuando yo tenía que viajar, otro gallo cantaba: Pero, ¿por qué viaja sola? ¿Por qué va para allá?
Hasta que un día le dije: Jorge, usted es adulto, yo soy adulta. Usted es profesional, yo soy profesional. Usted tiene que viajar, yo tengo que viajar. Cuando usted viaja, yo le arreglo todo. Cuando yo viajo, usted me hace problemas por todo.
¿Sabe qué más? Voy a viajar. Nunca en mi vida he cedido en que alguien me quite un derecho por ser mujer. Las he peleado todas.
Desde ese momento en adelante, lo hemos conversado todo. Como cuando en la UDI querían que yo fuera candidata por la IV Región, donde estaba la amenaza latente de que la Concertación doblara. Él asumió que mientras fuera senadora me vería poco. "No se preocupe, yo asumo", me dijo. "Porque la verdad es que si usted dice hoy que no a la senaduría, nunca más se la van a ofrecer", fue su sentencia implacable. No me quedó alternativa. Él sabía, además, que yo quería seguir en el servicio público.
Por eso nos tenemos que ingeniar como matrimonio para encontrarnos en momentos puntuales. Una película por aquí. Una salida a comer con los niños por allá. Con Jorge nos damos espacios de privacidad y complicidad. Pero nos vemos poco.
Muy poco. Ahora, pienso -ya cumplimos 30 años juntos- que en un matrimonio donde los dos están contentos, en que los dos están haciendo algo en lo que creen, en que cada uno ha sido leal con el otro cuando uno ha estado complicado, el tener mucho aire ayuda más que echa a perder. ¿Crisis? Un matrimonio que no pasa por crisis es un matrimonio muerto. Hemos pasado muchas. Pero, al mismo tiempo, siempre he sentido conmovedoras señales de lealtad y compañerismo. Cuando sientes que el otro está como roca al lado tuyo, es lo único que importa al final. Sentir que hay alguien que te acepta con todos tus defectos, debilidades, reacciones y pequeñeces, es fantástico
La muerte
Los Matthei Fornet éramos cinco hermanos. Están Fernando, yo, Hety y Víctor. Mi hermano Robert murió de cáncer a los 40 años, hace diez.
He tenido penas muy grandes en mi vida. He sufrido la muerte de gente muy cercana, gente que he adorado. Mis tres mejores amigos del colegio murieron antes de los 24 años. A una le dio un aneurisma, otro murió de cáncer y el tercero, en un accidente de tránsito. Mi hermano Robert, que era sensacional. Me emociono cuando lo recuerdo, el tiempo no pasa cuando muere un ser así de querido.
Él era un tipo fantástico, médico, tan simpático, tan inteligente, divertido, cariñoso, cercano... Cuando pasa algo así lo que necesito es silencio y estar sola. No me sirve de nada que otra gente venga a acompañarme. No me sirve para nada salir a distraerme. Hago cosas manuales que me permiten pensar, que por un lado me distraen, pero por el otro me permiten concentrarme en lo que estoy. Soy para adentro, aunque no parece. Porque al mismo tiempo soy alegre, me encanta pasarlo bien, reírme, soy mandona, intensa.
Aún así no puedo dejar de gozar de la vida, quizá por lo mismo, porque tengo la imagen de la muerte grabada a fuego en mi cabeza y en mi corazón. Por mi hermano querido. Por mis amigos. Por haber convivido con ella desde muy chica.
Toda la gente que conocía y que murió por accidentes en la Fuerza Aérea. Cuando mi papá era comandante del Grupo 7 chocaron dos aviones en el aire y murieron tres personas a las que yo adoraba. Después, el que era su ayudante al poco tiempo de irnos a Inglaterra murió también. Otro amigo nuestro se perdió en el mar. Otro falleció porque se abrió un paracaídas y se enredó en la cola. Por eso siempre he pensado que no tiene sentido batallar por un puesto: eso no da la felicidad. La felicidad está en el día a día. Si vienen las responsabilidades, las acepto, como cuando me tocó ser candidata a senadora. Por eso es la añoranza que siento en este momento, de poder hacer todas las cosas que me gustan, porque nunca sabes si hay mañana o no hay mañana.
Siempre reviso mi día, todos los días. Qué anduvo bien, qué anduvo mal, qué cosas hubiera preferido no hacer. Qué cosas hubiera preferido no decir. Qué cosas podría haber dicho y no dije. Aunque también he pasado por períodos en que esos análisis son más profundos. Incluso hace un tiempo fui a terapia para repasar toda mi vida: es algo que vale la pena hacer. Había ciertas decisiones que quería tomar en forma seria, y de repente la decisión se tomó sola. Fue muy bonito
Soy católica, como lo fueron mi mamá y mi abuela, pero toda la familia es luterana. Y para los luteranos el sacramento de la confesión no existe. A mí no me acomoda. Hace años que no me confieso. Veo gente que sale del confesionario y sigue cometiendo lo mismo alegremente, y la próxima semana se vuelve a confesar. Yo creo que la verdadera confesión no es así: tiene que ser con una determinación real de cambiar. Al final puede ser una forma simplista de dejar las cosas atrás.
Me acomoda mucho más el trabajo con mi propia conciencia, aunque es súper duro. El trabajo de los errores te remece hasta lo más profundo de tu ser, te hace mirarte hacia adentro, retirarte del mundo durante un tiempo. Pasas por un proceso de varias etapas: de pena, de duelo, de aceptar, de cambiar, y cada una de ellas te deja miles de enseñanzas.
SER MUJER
Soy la única senadora de la Coalición por el Cambio en la IV Región: tengo sólo un diputado que me acompaña. Por el lado de la Concertación hay otro senador, cinco diputados, los gobernadores, el intendente, la gran mayoría de los alcaldes, los jefes de servicio. ¡Hay un ejército trabajando! Tengo que dar, sola, las peleas más grandes y también las más chicas. Como cuando una señora de Illapel me pide ayuda.
Necesito con urgencia de diputados que me alivien la tarea. Me cambiaría la vida. No tengo gente ni redes ni nadie que pueda tomar parte de mis responsabilidades. Es un cansancio, un cansancio... No es un tema de hastío. No es que sienta que no vale la pena. No es que ya no me importe. No. Es un tema de que ya no doy más.
No le echo la culpa a nadie, podría no haber aceptado ser senadora por esta región. Pero me lo pidieron y me lo pidieron hasta que dije que sí. No es que yo sienta que me han usado, porque yo acepté, pero sí a veces cansa que algunas personas siempre se lleven las cosas más fáciles, mientras que otros siempre aceptamos los desafíos más difíciles. Siempre les digo a los otros senadores: Ustedes jamás aceptarían que sus mujeres trabajaran como yo lo hago.
¿Si hubiera nacido hombre? Quizás mi vida habría sido mucho más fácil, los escollos habrían sido menores. Pero me encanta ser mujer. Al final, qué importa si es más fácil o difícil, lo importante es si la estás gozando a concho o no.
Tenemos un rango tanto más amplio de emociones, de actividades, de ropa, de peinados... La experiencia de tener hijos, los lazos que creas con ellos -que, la verdad, a mí se me crean alrededor de los cinco meses, cuando empiezan a reaccionar, porque antes no te voy a decir que me fascinan las guaguas-. Creo que todo eso te desarrolla la capacidad de entender a otros seres humanos, de empatizar, un privilegio que las mujeres tenemos y que los hombres no. Digámoslo: es mucho más duro ser mujer. Pero también te puedes destacar mucho más fácil, sobre todo cuando estás en una actividad que es de hombres, como la mía. Ahora, debo reconocer que tengo un lado masculino súper desarrollado. Crecí con dos hermanos hombres: los otros vinieron mucho después. Mi colegio era mixto y me llevaba mejor con los hombres que con las mujeres. Las matemáticas eran lo que más me gustaba. Y no me dejo doblegar nunca, por nada ni por nadie, que es bastante poco femenino en realidad.
Por eso es que he sido tan dura en algunas cosas. En un minuto me di cuenta de que si no te temen un poquito como mujer, en la política es muy poco lo que puedes hacer. Tienes que demostrar que eres dura, que eres firme, que no te dejas avasallar. Y eso cuesta, y te provoca muchas rabias, mucha pena, muchas injusticias. Pero nunca, nunca he cedido en eso. Nunca. Y eso me ha creado fama de dura, de implacable, cosas que puedo ser. Tenemos que entender que ser mujer tiene muchas desventajas, pero también tiene enormes ventajas. Uno tiene que aceptar ambas.
He luchado con fiereza porque a las mujeres nos traten como a iguales. Me ha costado, pero al final lo he logrado, y quizá nunca habría sido diputado si no hubiera sido mujer: uno también tiene que sacarse muchos rollos de la cabeza, aceptar que ser mujer cuesta, pero que por otras es absolutamente maravilloso.
Hoy, en que todo el mundo sabe cómo soy, puedo darme muchas más licencias para reírme y pasarlo bien. Ya pasó esa etapa en que sentía que tenía que defender en forma muy dura mi metro cuadrado. Siento que ya no tengo que defender nada, que ya me lo he ganado, y sobre todo, me he ganado una libertad para decir y hacer lo que pienso que es fantástica
¿Si sería candidata a la Presidencia? Jamás me van a dar el paso. Nunca. Pero casi me produce alivio. Una de las cosas que más gozo es poder decir exactamente lo que pienso y hacer exactamente aquello que creo. Cuando quieres ser candidato, quieras o no, empiezas a portarte de una forma políticamente correcta y pierdes una buena parte de tu libertad interna. Entonces, como estoy segura de que nunca jamás me darán el paso en la UDI de ser candidata presidencial, en el fondo lo que me dan es una libertad exquisita que uso y gozo. Eso no significa que si me lo ofrecieran yo diría que no. Pero, de orazón, no es una vida que yo añore.
Aunque me gustaría ver caras nuevas, en el gobierno de Sebastián Piñera -estoy segura de que esta vez sí sale-, me fascinaría Educación, Mideplan, Salud. O hacerme cargo del tema de la corrupción. Ahh, no habría nada por puro terror
¡Viene la Evelyn, cuidado!
Pero, por ahora, puedo decir que estoy cansada, estoy cansada del alma. Sé que tengo que hacer bien lo que estoy haciendo, y al mismo tiempo gozar mi vida, aunque sea un poco difícil. Gozar estas lindas peonías. El otro día me compré tres libros de jardinería, que miraré en el avión hoy tarde camino a La Serena. Es que me hace falta todo esto otro que también es mío. Me hace falta como diablo.
Maquillaje y pelo: Macarena Matte.
Por Ximena Urrejola B. Fotografías: Carla Dannemann. Producción: Germán Romero.