Como decíamos ayer, empezamos con los apuntes preparatorios para el debate del próximo 9 de octubre cuando en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires hablemos sobre “El Derecho a la Información y las Nuevas Tecnologías en la Comunicación Política”.
Sabemos que una cosa es lo que la política y los políticos hacen con las nuevas tecnologías y otra, es lo que las nuevas tecnologías hacen con la política y los políticos.
Algunas de las cosas que puede hacer la política con las nuevas tecnologías pueden ser:
1) Pensar con otros en tiempo real.
2) Desplazar los contextos clásicos de los partidos por entornos donde prevalecen las comunidades de reflexión.
3) Contar con información permanente desde múltiples fuentes.
4) Establecer puntos de acceso globales a la opinión pública y, al mismo tiempo, proponer plataformas de diálogo abierto.
Estas acciones tienen las fortalezas de lograr, por ejemplo:
la construcción de grupos de debate;
la eliminación de factores que entorpecen la acción política, como el punterismo;
la adquisición constante y a bajo costo de la información como materia prima básica para la construcción de una nueva realidad, y
la inestimable presencia de la mirada pública como un factor de constante consulta y control.
Pero a su vez, claro, la cultura, la forma habitual de hacer política, la manera de construir poder genera evidentes debilidades:
los acuerdos de “mesa chica” que terminan forzando y anulando cualquier tipo de pensamiento colectivo;
la persistencia en sustentar el poder en soportes cuestionables y cuestionados como cierta dirigencia local que establece un mercado de votos y fichas de afiliación lo que termina taponando, por estas mismas razones, la participación real de las personas en el debate político.
La desestimación de muchos dirigentes políticos por la información en tanto dato de la realidad concreta y la tendencia de muchos políticos a creer que forma parte de su tarea el intentar influenciar a los medios masivos de difusión con el objetivo de que la realidad que se publica no sea precisamente la realidad pública.
Y, por último, el resquemor a la cercanía de la ciudadanía y, sobre todo, del ciudadano o ciudadana no encuadrado en ninguna organización.
Claro que, por otro lado, también está lo que las nuevas tecnologías pueden hacer con la política y los políticos:
1) Facilitarle a la ciudadanía una multiplicidad de vías de información. Y, lo que es más importante, de documentación sobre la actividad del gobierno y de los políticos.
2) Descentralizar la información pública a la que hoy se accede, en una gran medida, a través de los medios de difusión.
3) Facilitar a la ciudadanía los mecanismos necesarios para establecer comunidades de reflexión y acción en torno a temas puntuales como también en torno a cuestionamientos ideológicos superadores de la coyuntura. Esto es acortar distancias y transparentar paredes para propiciar encuentros de pares con fines comunes.
4) Coadyuvar a eliminar el llamado voto sábana mediante la incorporación del voto electrónico.
5) Iluminar el trabajo público de las administraciones y los gobiernos o bien, por contraste, poner en evidencia a quienes rechazan el uso de las tecnologías para darle transparencia a su gestión.
Las fortalezas de estos factores son más que evidentes:
la multiplicación de voces y puntos de vista;
la descentralización informativa;
la comunicación en términos reales de feed back y de encuentro;
la eliminación del viejo sistema de nóminas electorales justificado en las limitaciones propias del voto de papel que sustenta, a su vez, un decadente sistema de incorporaciones a través del voto sábana
y, en especial, la fortaleza de poder extender el alcance de la mirada pública sobre el trabajo realizado por los distintos poderes del gobierno.
En tanto que la principal debilidad es notoria y sólida: la limitación al acceso a las nuevas tecnologías por parte de amplios sectores de la sociedad. Algo que se torna más grave cuando analizamos que esta “desconexión” no es sólo producto de un déficit tecnológico en términos de equipamiento. Sino de que no se ha superado aún la brecha cultural que pone distancia entre el uso, franco, directo, cotidiano de estas tecnologías y la gente.
Por todo esto es que hoy, a principios de siglo, se puede hablar de analfabetismo digital como un factor de atraso tanto o más poderoso que el analfabetismo analógico de otro principio de siglo, el XX. Y, por qué no, también se puede comparar aquel ominoso voto cantado de épocas pre Ley Saénz Peña con el no menos repudiable y actual voto sábana.
Eduardo Betas
más informacion pueden seguir: http://www.diariodegestion.com.ar/
Interesante artículo. Saludos
RODRIGO GONZALEZ FERNADEZ
CONSULTAJURIDICAchile..BLOGSPOT.COM
RENATO SANCHEZ3586 DEP 10
TELEF. 2451168
SANTIAGO,CHILE